"Volver a vivir

después   de  Auschwitz" 

Ella, el baúl y yo

Tengo que poner en orden mis pensamientos, pues son muchos los años que han transcurrido desde aquel entonces y no es fácil recordar. Pero aquí, en este hermoso balneario de Piriápolis, en Uruguay, encuentro una oportunidad y todo parece mucho más fácil.

En este momento, la tranquilidad y la belleza del lugar en el que me encuentro, así como el contacto con la naturaleza, me brindan paz e inspiración para rememorar.

Ante todo, debo trasladarme a la época de la Segunda Guerra Mundial, exactamente en el mes de diciembre de 1945, en un hospital cercano a la ciudad de Kiel, en Alemania Federal, donde me encontraba con mi amiga Ianka después de haber sobrevivido a varios campos de concentración nazis.

- Ianka, ¿qué te parece si le pedimos al doctor que nos dé de alta? En realidad estamos bastante recuperadas, ya no tenemos fiebre, aumentamos de peso y nos sentimos más fuertes si tomamos en cuenta que hace poco estábamos en campos de concentración.

- Estoy de acuerdo, pues aunque es imposible recuperar lo perdido, no podemos desperdiciar nuestro tiempo. No son sólo los seis años de nuestra mejor época, la adolescencia, sino la pérdida de nuestros familiares y de nuestros hogares - me contestó Ianka.

- Al menos no perdimos nuestra dignidad - repliqué - y lo más importante es que conservamos nuestro optimismo. Por el solo hecho de haber sobrevivido y llegar a ver la libertad, debemos dar gracias a Dios y vivir cada minuto en toda plenitud. En este lugar los días se van sin brillo, sin sentido; simplemente, se van. - Así es - asintió mi amiga.

- ¡Tenemos que salir de aquí donde sólo vemos gente quejándose o muriéndose!

- De los campos nazis pasamos a ese hospital para enfermos graves, aunque nuestro estado era mucho mejor.

- Tenemos que sentirnos libres para buscar a nuestros familiares y sólo dejando este sitio lo conseguiremos, ¿no te parece?

- Tienes razón - convino mi amiga -. Pero te olvidaste de algo muy importante: ¿cómo vamos a llevar con nosotras lo más preciado que tenemos?

- No había pensado en eso, pero se podrá resolver - le aseguré.

Quien nos hubiera oído habría pensado en diamantes, brillantes, oro o algo realmente valioso. No se trataba de eso sino de algo muy superior, de un valor incalculable. ¿Cuántos millones de seres murieron por su falta?

Se trataba de comida: latas de carne, de leche condensada, de toda clase de verduras y de manteca. Estas palabras sonaban más hermosas que una sinfonía. Muchos países enviaron paquetes de alimentos enlatados a la Cruz Roja Internacional, a la UNRRA, al JOINT, HIAS, y a otras sociedades de beneficencia para repartir entre los sobrevivientes de la hecatombe nazi.

- Pienso que si conseguimos una valija podríamos llevar con nosotras lo que guardamos tan celosamente - le planteé.

- Bueno, si es así estoy de acuerdo contigo. Fuimos a ver al médico y le contamos nuestras inquietudes. Él lo comprendió, pero nos impuso la condición de firmar un documento en el que externáramos nuestro deseo de abandonar el hospital por nuestra propia voluntad, sin su consentimiento, ya que consideraba que todavía no estábamos recuperadas para darnos de alta.

Una enfermera nos puso en contacto con una señora que vendía valijas, pero cuando las vimos comprendimos que nuestras viandas no cabrían en ninguna y estaba descartado separarnos de ellas. ¿Qué haríamos? Los comestibles eran invaluables. En Alemania había escasez de todo, la gente sentía hambre, se formaban filas interminables para conseguir artículos de primera necesidad que entregaban en muy poca cantidad. Después de la guerra, casi toda Alemania quedó en ruinas.

A nosotras no nos faltó la comida durante nuestra estadía en el hospital, y además recibíamos paquetes con alimentos y a veces hasta cigarrillos. Cuidábamos nuestros víveres más que a un tesoro, pues ¿qué seguridad teníamos de que luego no estallaría otra guerra?  Es cierto que no se veía a los nazis, quienes aparentemente habían desaparecido, pero estaban en Alemania y nosotras también.  No todos podían huir al extranjero y, por las dudas, convenía estar prevenidos.

- ¿Qué te parece si compramos un baúl, lanka?, de esos grandes que llaman "baúl de pirata".  Ahí con seguridad habrá espacio suficiente para nuestro "tesoro".

- ¡Me parece una idea espléndida! -exclamó mi amiga.

Nos pusimos tan contentas que nos olvidamos de tomar las medicinas que nos llevaron después del desayuno y la enfermera ya llegaba con las de la tarde. La verdad es que tuvimos mucha suerte con la compra del baúl, pues además de ser muy grande, también era lindo y estaba bien cuidado a pesar de ser usado. Lo primero que pensábamos hacer era comprar ropa adecuada. No podíamos olvidar que estábamos en pleno invierno y debíamos abrigarnos bastante. Pensándolo bien era una suerte que hubiera nieve, porque así podríamos deslizar el baúl cómodamente. En otra época del año no hubiéramos podido salir del hospital, pues ¿cómo levantar un baúl con un cargamento tan pesado?

Finalmente todo quedó listo para nuestra aventura, para la que decidimos fijar la fecha. A pesar de que muchas compañeras de sala se iban sin despedirse de quienes nos atendían - alemanes que poco antes eran muy diferentes -, nosotras resolvimos hacerlo solamente de quienes ahora nos habían tratado tan bien, comenzando por el médico, y firmamos el documento de salida...

 

Go on - Continuar   El profesor Banosh

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